Tratamientos específicos, dependiendo de tipo de ictus

El tratamiento específico se administra en algunos ictus isquémicos o trombosis, y consiste fundamentalmente en la administración de fármacos fibrinolíticos, que disuelven el coágulo, con lo cual se recanaliza el flujo en la arteria obstruida, lo que permite salvar el tejido cerebral que está dañado.

Este tratamiento sólo puede utilizarse en las primeras horas del ictus por motivos de seguridad y en unas condiciones muy concretas. Se ha demostrado que es más efectivo cuando antes se administra.

Se aplica por vía endovenosa durante 1 hora. En pacientes seleccionados y también en las primeras horas se puede hacer, a través de un cateterismo, la recanalización directamente de la arteria obstruida y extracción del trombo mediante dispositivos (stent retrievers) que lo atrapan y restablecen así el flujo arterial.

El efecto secundario más grave de estos medicamentos o procedimientos es la posibilidad de sufrir una hemorragia cerebral, pero sucede en un número pequeño de pacientes (entre 4-6%). Estos fármacos se aplicarán en centros especializados para poder controlar de forma más estricta el paciente y detectar las posibles complicaciones de forma precoz. El neurólogo es el responsable de coordinar todo el proceso terapéutico, además de todo un equipo multidisciplinar que interviene en este circuito: equipos de urgencias, rehabilitación, enfermería, radiología, laboratorio, etc, y otros especialistas en función de las necesidades y de la evolución del paciente, por ejemplo el servicio de Cirugía Vascular, Cardiología, Neurocirugía, Rehabilitación, Geriatría, Cuidados Intensivos, etc.

Otro tipo de tratamiento son los antiagregantes plaquetarios y los anticoagulantes, que se administran en todos los pacientes para reducir el riesgo de repetición de un nuevo ictus. En función del tipo de infarto o de las circunstancias de cada paciente se puede elegir uno u otro.

Además, es muy importante controlar desde el inicio de los síntomas los factores de riesgo vascular iniciando, si es necesario, algún tratamiento: diabetes, hipertensión arterial, hipercolesterolemia o enfermedades cardíacas. Se deben seguir hábitos de conducta saludables, como realizar una dieta mediterránea y evitar la obesidad, el tabaco y el alcohol.